miércoles, 9 de marzo de 2011

COMENZÓ UN AÑO MÁS....BENDITA CUARESMA



Semana de pasión ,recogimiento, reflexión espiritual, voz y emoción que emana del rincón más dulce, olvidado e ínfimo de la partícula más íntima de nuestro ser, el ser y la esencia de un pequeño gran pueblo. Un pueblo irreconocible por muchos que no han tenido la suerte de poder tratar a sus pequeños grandes habitantes.

Habitantes que viven con ilusión y anhelan con esperanza pasear a sus imágenes por nuestras estrechas y peculiares calles sinuosas. Calles, símbolos de una vida, un entrañable recuerdo guardado en un polvoriento cajón tal vez o tan solo quizás… de su dueño olvidado esperando la mano blanca y pura que permita abrirlo e inunde de sutiles aromas un ambiente que embriague todos nuestros más férreos corazones.

Imágenes, voces, olores, cantos, secretos, sorpresas, risas, nostalgia, lluvia, esperanza, deleite, tonos, pasos, chasquidos, repiques, miradas cómplices e inocentes niños… fotografías que permanecen impertérritas en nuestra alma.
La vela que sirve de juguete al niño, la cera derramada en las calles que más de un buen susto da, la puerta de la vecina que queda abierta de par en par, el corro de hombres en el bar, la lluvia que con su presencia nos quiere alterar, el peso que los hombres costaleros han de soportar, el incienso que quiere, batallando con la lluvia, hacerse notar, la música de cornetas y tambores que, con su son, nos quiere acompañar, un orgullo que el buen linarensa no debe ni puede remediar, un paso que se ha de ensalzar, unas flores que, al final del trayecto, nos quieren regalar y que con una dulce, melodiosa y desgarradora saeta preludian un satisfactorio e incipiente final.

Semana, semana santa, época del anuncio de la primavera que revela el recuerdo del buen cristiano, cristiano que ante todo es persona, personas que ansían una bella e inolvidable estampa semana santera, estampa que cada año adquiere un nuevo matiz diferente, un brillo peculiar, una rosa que, con espinas, nos recuerda nuestro caminar que con dolores no se puede solventar. El acompasado caminar de Linarenses que llevan el mismo son establecido por un tajante tambor, tambor que late y vive con la misma intensidad que nuestro corazón, corazón que parece vivir con más vida para morir lejos y despreciando la muerte amparándonos en nuestras imágenes que tanto, durante siglos, han sabido escuchar secretos e inquietudes que los linarenses no se atreven a desvelar.

Tradición, fiesta, devoción, sentimiento… madre e hijo unidos frente a frente siguiendo el mismo compás, nuestro corazón arde, se quema, se enfría de dolor, duele de calor, calor que emana un indescriptible color, herramienta utilísima para el pincel de un magnánimo pintor. Esa pintura, “esa”, es difícil de plasmar, gestos y miradas que no se pueden unificar que son símbolos de un profundo sentir, ese sentir propio y exclusivo de nuestra gente que se forja un futuro humilde, un acto laborioso que no importa ser reconocido sino por uno mismo.

Linares y Semana Santa, brebaje cautivador que embruja a los visitantes y envidian a ese olivo o a ese clavel, ese aceite y ese aroma que se depositan, cual mariposa florida, en el estómago y en la mente para quedarse “ahí”, “quietos”… esperando en algún momento, como el exquisito clásico literario, ser de nuevo recordado y avivar imágenes pasadas que alienten un nuevo espíritu cada vez más innovador.

Esos recuerdos de un pasado ensoñador están a punto de resurgir, como al tercer día renació nuestro Jesucristo. Esos momentos que vivieron o, simplemente, fueron, vivirán y serán en el futuro y se intensifican con cada naciente presente. Siete días que engalanan y adornan de fiesta y religiosidad nuestras calles, cuyo final que se convierte en principio eterno, se produce cuando Linares se inclina a rememorar la pasión y muerte de nuestro Señor...

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